Beatriz Martínez
El niño que agrede, el otro lado del acoso escolar
Imagine que usted es un niño pequeño. Cada vez que alguien hace algo que a usted le molesta, su reacción es gritarle o golpearle. Usted no sabe por qué, pero es lo que naturalmente sucede. Acto seguido, un adulto le regaña levantando la voz e incluso le da un golpe para reforzar su discurso. Esta dinámica se repite cada vez que usted se molesta. ¿Cómo se sentiría usted? A su corta edad, ¿qué relación nota usted entre el estar enojado, levantar la voz y golpear, tanto en niños como en adultos?
Ahora imagine que el tiempo pasa y usted es un niño más grande, en etapa escolar. Usted siente que uno de sus hermanos constantemente le ataca, le insulta y se burla; esto lo pone furioso.
Supongamos que lo reporta a sus padres, y ellos algunas veces deciden regañarlos o castigarlos, y otras veces no hacen nada. Sin embargo, el problema continúa. ¿Cómo se sentiría? ¿Qué pensaría que hay que hacer para resolver el problema? ¿Qué mensaje aprende usted sobre el manejo de conflictos?
Con el pasar del tiempo, usted ha tenido muchos problemas como los anteriores con sus padres, con sus hermanos y con algunos maestros. Siente que sus familiares y otros adultos pasan bastante tiempo enojados con usted o viceversa.
Un día hizo una broma inofensiva sobre un compañero de la escuela. La reacción de los demás fue reírse con usted. ¿Cómo se sentiría? Resulta que cada vez que bromeó sobre otra persona, la mayoría continuó riéndose, y las personas sobre las que bromeaba no decían nada, o lo hacían débilmente. ¿Qué haría usted?
Después de todo, las bromas no son tan pesadas, y un niño como usted las soportaría, porque usted sabe que podría ser mucho peor. Si usted decide continuar bromeando sobre estas personas, ¿considera usted que estaría haciendo bullying?
El niño que acosa tiene un problema Cuando se toca el tema del bullying o acoso escolar es más común empatizar con el niño que es víctima. ¿Pero, qué pasa del otro lado?
Para que el acoso escolar se considere como tal debe existir una conducta agresiva que se repite, que le hace daño a otra persona, que perdura en el tiempo, y que se da en una relación entre pares. El acoso escolar o bullying puede tomar muchas formas, desde agresión física a verbal, psicológica e incluso cibernética. Todas son dolorosas.
La mayoría de los esfuerzos, recursos y la empatía de los adultos suelen dirigirse al niño acosado. Y al ignorar lo que se encuentra detrás de la conducta del niño acosador, estamos perpetuándola sin darnos cuenta.
Cuando somos capaces de ver que la víctima está pasando por un proceso doloroso, pero al mismo tiempo consideramos que el niño que agrede también puede ser una víctima en otras situaciones, estamos un paso más cerca de protegerlos del problema.
El perfil del niño acosador suele ser representado por los medios como el de un “bravucón”, probablemente rodeado de otros “bravucones”, que se enoja con facilidad y disfruta con el sufrimiento de otros. En realidad, así como no hay dos niños iguales entre sí, tampoco hay dos niños que hacen bullying que sean idénticos. Pensemos en varios ejemplos que pueden ilustrar la raíz de la conducta agresiva: un niño con dificultades para empatizar o socializar con los demás, quien encuentra validación en las risas de sus compañeros cuando molesta a un niño del salón.
Pensemos en un niño/a con dificultades académicas que se siente frustrado y busca una salida para sus sentimientos de incapacidad molestando al niño/a que le va bien en el colegio. Pensemos en niños que han crecido en entornos donde las peleas e insultos entre hermanos son parte natural de su forma de relacionarse.
Podría tratarse de un niño que no ha desarrollado las habilidades verbales y emocionales para expresar sentimientos de tristeza, enojo o de insuficiencia y que ha sido víctima de acoso escolar en otros contextos. En todos los casos existen razones emocionales que están por debajo de la conducta agresiva (necesidad de sentirse validado o aprobado por los demás, envidia); pero también pueden ser conductas aprendidas, como cuando se normaliza la agresión o cuando se aprende a no darle importancia a las emociones.
Cuando enfrentamos el acoso escolar como padres, maestros, psicólogos o familiares, es importante ver, además de a la víctima, que detrás del niño que acosa también existen preocupaciones, las cuales deben ser atendidas, si deseamos promover un entorno más sano y tolerante para todos los niños, y debemos reforzar el mensaje de que la agresión física y psicológica para resolver problemas no es aceptable.
De cualquier forma, el acoso escolar no es un problema que se puede atribuir solo a la familia o al entorno escolar. Es un problema social y cultural; y por lo tanto, su solución debe venir también desde la sociedad.
La tolerancia hacia la agresión y la violencia empieza cuando vemos programas que promueven hacerle bromas pesadas a otros, cuando se justifica la conducta agresiva (“Bien hecho! Se lo buscó!”) , cuando se minimiza (“a mí también me lo han hecho y no me pasó nada”) y cuando los que somos espectadores del bullying no intervenimos.
Desaprender el acoso
El bullying es una conducta que se aprende, pero puede ser “desaprendida”. Lo podemos intentar de la siguiente forma: Luego de identificar que efectivamente la conducta que el niño está presentando es bullying, es importante entender por qué se comporta de esa manera a través de una conversación abierta para escucharlo, y sin juicios.
Podemos preguntarle cómo se está sintiendo: si él es acosado en otros lugares, si se siente enojado por alguna situación en casa, si está experimentando presión de grupo, entre otros.
Una vez el niño logre poner en palabras sus preocupaciones, hay que hacerle sentir que es importante lo que está diciendo, antes de pensar en soluciones.
Adicionalmente, hay que enseñarle a tener empatía, ya que los niños que acosan a menudo carecen de la capacidad para pensar en cómo se sienten los demás. Hay que enseñarles que todos tenemos sentimientos y que estos son importantes.
Por último, hay que enseñar con el ejemplo. A pesar de que los niños tienen muchas fuentes de influencia a lo largo de sus vidas, los padres suelen ser su primer modelo a seguir. Ellos pueden modelar conductas no violentas (usar un tono de voz que desean que sus hijos usen), practicar distintas maneras de resolver conflictos (diferentes a atacar verbal o físicamente para corregir), y distintas maneras de lidiar con los sentimientos de frustración, inseguridad y rabia.
Hay que reforzar positivamente las conductas apropiadas en los niños, para que no se perciba que los padres solo los ven cuando hacen algo negativo.
Cambiar toma tiempo. Se necesita paciencia para ser consistentes y tolerar los posibles retrocesos. Con esto conseguimos que el niño que hace bullying o que acosa comprenda que se le ama y apoya aunque cometa errores, y que esto le sirva de modelo a repetir con sus hermanos y compañeros.
Gracias a la Colaboración de Fundación Relaciones Sanas.
Escrito por Beatriz Martínez, Adriana Hariton y Solymar Dolande Psicólogas de Fundación Relaciones Sanas