El apego y su importancia en el aprendizaje infantil
La figura de apego provee, en los primeros años, la seguridad básica esencial para poder explorar (Ainsworth y col., 1978) y es en esta capacidad que se basa la capacidad de aprender. Cuando se aleja la persona central en el apego del bebé, éste inhibe su tendencia a explorar y queda a la espera. Si la madre (o persona que realiza la función materna) no tarda en volver, el niño reanuda su interés en la exploración de su entorno.
Esta capacidad de explorar, que para desarrollarse necesita de un apego seguro y de la disponibilidad del cuidador, es básica para el desarrollo de la capacidad de aprender y de la autonomía. Por esta razón, el apego seguro tiene una función evolutiva clara. El apego no es un fin en sí mismo, sino que se trata de un sistema adaptado en vistas a la evolución para llevar a cabo tareas psicológicas, fisiológicas y ontogénicas esenciales.
Esto nos lleva a plantearnos la importante función del apego y de las interacciones tempranas en el desarrollo de las funciones psíquicas.
Desarrollo de las funciones psíquicas: destino de las interacciones tempranas estructurantes
De la interacción entre el bebé y su madre o cuidador principal dependen funciones tan fundamentales como el interés, la motivación, la atención focal, la tendencia a explorar, etc., todas básicas para el aprendizaje y la autonomía. Estas funciones del bebé emergen de las funciones que la madre pone en marcha en la interacción con él/ella.
¿Qué aportan sus sonrisas, sus juegos, sus abrazos, su contacto físico, sus sonidos, las palabras de la madre en su “conversación” con el bebé y tantos otros imponderable?
Como sabemos, ese intercambio sobre todo emocional, intuitivo, sensible, atinado, aporta, no solamente algo poético, emocionante, bello, sino básicamente los fermentos de toda la evolución. Así, del interés y de la atención focal de la madre centradas en su hijo, emerge el interés y la capacidad de atención focal del bebé y su capacidad de concentrarse, que al principio y desde muy temprano el bebé le dirige casi exclusivamente a ella.
De la comunicación de la madre con su bebé y de su verbalización, surge la capacidad de comunicarse del niño y luego su lenguaje verbal. A su vez, la capacidad de diferenciar y de orientarse entre los estados de ánimo y las necesidades del bebé y de responder coherentemente a ellos, es el fundamento de toda capacidad de diferenciación, síntesis y abstracción del pequeño, por tanto de todo aprendizaje conceptual y de la posibilidad de llegar a desarrollar criterios, nada menos que algo tan importante en la vida adulta y autónoma.
El amor y el apego sano que se desarrollan entre la madre y su hijo, son la base de la capacidad de amar y del desarrollo social del pequeño. Es en los cuidados maternos y en los juegos donde el bebé construye su Esquema Corporal y todas las funciones que dependen de éste: orientación en el espacio y en el tiempo, equilibrio y motricidad, que son también básicas en el aprendizaje (Torras, 2002). O sea, estamos hablando del fundamento de todo el desarrollo humano.
Por tanto, no se trata solamente de “juego”, en el sentido de algo entretenido, simpático, divertido pero en el fondo intrascendente, sino que es el trabajo del bebé con su madre en los fundamentos de su vida adulta.
Todo esto, que los investigadores estudiaban prodigando las observaciones experimentales, los profesionales podíamos comprenderlo en la medida en que sus resultados eran coherentes e iluminaban nuestra observación clínica. Pero hoy en día estos conocimientos están documentados desde las investigaciones por neuroimagen.
Desarrollo del SNC: investigaciones en neurociencias sobre el papel de las interacciones tempranas estructurantes
Como sabemos, el cerebro en el recién nacido está por hacer. Su sistema nervioso goza de plasticidad, la plasticidad neuronal, que permite que el cerebro se construya según las interacciones y las experiencias que el bebé vive. Estas interacciones y experiencias son los estímulos que van creando la estructura anatómica y funcional del cerebro, procesos que han sido estudiados en base a las nuevas tecnologías sobre la neuroimagen. Es indiscutible que es sobre esta estructura anatómica y funcional que se desarrollan la mente y sus funciones, las funciones psíquicas.
Los estudios por neuroimagen demuestran que el desarrollo de las neuronas, de sus dendritas o arborizaciones, de sus sinapsis, de los neurotransmisores necesarios para las conexiones y de la mielinización, dependen, desde el principio de la vida, de la calidad y cantidad de estímulos que el niño reciba en su interacción con su entorno. Eso determinará la calidad de las funciones del sistema nervioso y el desarrollo psíquico de ese niño también cuando sea adulto.
Para que las interacciones del bebé con su entorno puedan facilitar el correcto desarrollo del sistema nervioso deben ser significativas para el niño, para que sean integrables. Eso quiere decir que las manifestaciones y la conducta del bebé deben ser significativas para la madre, que ella debe ser capaz de interpretar bien las señales que da el bebé. Cuando, por el contrario, se crea un círculo de incomprensión mutua debido a que la persona que cuida conoce poco al bebé, como sucede por ejemplo con los niños institucionalizados, se produce un menor desarrollo de arborizaciones dendríticas y de sinapsis, y una mayor “poda” de neuronas de lo deseable, que afecta especialmente las que corresponden a las funciones menos o peor estimuladas. Si la pérdida neuronal y de conexiones se prolonga, llega a ser irreversible. Esta pérdida de conexiones significa un empobrecimiento de las capacidades psíquicas del niño, del adolescente y del adulto en las distintas áreas: intelectual, emocional, social, capacidad de aprendizaje…
Estas investigaciones son definitivamente importantes en la medida en que documentan las bases cerebrales del desarrollo mental y nos enseñan que el desarrollo del cerebro depende de la calidad de la crianza. Por tanto nos muestran el atentado contra una buena evolución y por tanto contra la salud mental que son aquellos sistema de crianza que impiden el establecimiento de un vínculo y de un apego seguros y una interacción y estimulación de calidad.
En la actualidad los sistemas de crianza, y por tanto las interacciones tempranas que ofrecemos a nuestros bebés, no tienen mayormente en cuenta los conocimientos emanados de las investigaciones citadas y por tanto se produce una contradicción flagrante: los bebés son cuidados en la ausencia de figuras suficientemente constantes como para conocerlos a fondo y que en consecuencia puedan ofrecer mayormente respuestas adecuadas, realistas y coherentes y por tanto significativas y estructurantes (Torras, 2002). En estas condiciones la organización de su personalidad está comprometida. En este tipo de cuidado, los bebés, desde edades cada vez más tempranas, suelen pasar la mayor parte de las horas de vigilia en la guardería. Esto influye en el tipo de vinculación que se produce, como siempre que participan demasiados cuidadores demasiado pronto, con la consecuente dificultad para el bebé de orientarse y vincularse, y el riesgo de dispersión. Todo esto produce un cierto grado de “institucionalización”. Para el niño pequeño, que aún no ha incorporado la experiencia de objeto permanente, la separación de la persona central en su mundo, significa la desaparición de la seguridad y la exposición a todos los peligros. En términos psicoanalíticos, significa la pérdida del objeto protector, que es lo mismo que decir la amenaza del objeto peligroso. Los puntos de referencia se pierden, el niño se desorganiza.
Como consecuencia del escaso contacto, las madres conocen poco a sus hijos; los grandes acontecimientos como iniciar la marcha, los primeros bisílabos y palabras, sacar pañales y enseñar el control de esfínteres, suceden en la guardería, por lo que ellas, y por supuesto los padres, no suelen conocer los datos de evolución psicomotora; cuando se les pregunta, a menudo deben consultar en la guardería. Las madres, como consecuencia, se sienten inseguras en relación a lo que deben hacer con sus hijos; esto también, a menudo, deben consultarlo en la guardería. La madre pierde sensibilidad y empatía hacia las necesidades del niño, y confianza en su habilidad para interpretar las señales del bebé y en su capacidad de tomar decisiones en relación a su cuidado. A menudo vive creciente ambivalencia y sentimientos de desapego. Ante esto, el bebé organiza sus propias defensas y por tanto su evolución se resiente: un ejemplo sería: la madre se va? el niño sigue jugando; la madre vuelve? el niño continúa jugando, aparentemente no se entera. Los padres dicen que es tan sociable que acepta ser tomado en brazos por cualquier persona… y además sin mirarla a la cara. El niño tiene una vinculación dispersa, indiferenciada, apagada, “confiada”. Todo lo contrario de la ansiedad de los ocho meses, que nos indica su progreso en la capacidad de diferenciar, función esencialmente estructurante.
Tomado de: terramater.es
No te pierdas nuestras Microcharlas todos los miércoles a las 3:00 pm (hora de Panamá) a través de instagram y facebook: @_edukids